La búsqueda de un destino
es algo azaroso,
y tiene un porqué,
pues todo camino
tiene unos orígenes
en el mar de cicatrices
que un pasado llevar.
La verdadera historia
se hace a base de algo pasionario,
algo oscuro, extraño
que inconscientemente nos guía,
esa común rutina
que con nuestras razones nos lleva
a experimentar canciones de plata y oro
en un mar de prejuicios pactados.
LXIII
La vuelta a la rutina,
pues así nos ordenan la vida
en éste todopoderoso sistema
de fuego y quimeras-
Luchar contra monstruos
algo común es,
pues todos peleamos con ellos
para no perder la fe.
Y en los encuentros aprendemos:
a perdernos,
a sostenernos,
pues siendo bestias
nos escabullimos por las brechas
para escapar de la monotonía
de esa angustiosa rutina.
No digo que la rutina sea mala,
ni nada por el estilo,
pues sé que la estabilidad del bien es un anhelo
que nos precede desde antes del año cero
por sólo un mero acto placentero
que por gusto quiero
llevar a cabo siendo sincero.
LXIV
Cantares de personas
del mundo de rosa
que cegados en su color
nunca vieron que tenían esposas
y en muertos vivientes se convirtieron,
no por otros ni por el veneno,
sino por amor a un anhelo
por el momento imposible.
Y es que para hacerlo plausible
tendrán que caer en la realidad,
quitarse sus lentes rosas
y observar la verdad,
las cosas como son.
El amor no siempre es correspondido,
y esto no es gran hallazgo,
pues con la espada en el cuello
tendrán que mirar a otra parte.
Lo veo,
lo quiero.
Lo tengo,
no lo quiero.
LXV
Rozando las almas
se halla el contacto físico,
más mil canciones de guerra
cantan nuestros hocicos.
Cógeme de la mano
y te llevaré a ver mundo,
más mil razones me dirían
que quiero compartir éste instante,
pero sólo contigo,
dama de los días lluviosos,
quien por tu agua das vida
a aquellos que te prestan estima.
Quiero compartir contigo el viaje,
compartir deseos, miedos,
sentimientos a ninguna parte.