Creo en algo
con cierta fe,
arquetipos tallados
en un porqué.
Nadie se fija
en ellos tal vez,
siempre los riman
hasta la vejez
en hipotético desconocer.
Los arquetipos
se conforman por dioses,
ellos los representan
como cúlmen de las acciones,
causas que dan al mar.
Cada cosa algo significa,
todo tiene un porqué,
cosas que se asimilan
en símbolos por doquier.
Nadie se fija en ellos,
nadie los quiere conocer,
aunque solo hay que fijarse en sus usos
para a sus atributos comparecer.
Los símbolos guardan ideas
desconocidos por la mayoría,
guardados por una minoría
aunque inconscientemente nos celan.
Nos dicen:
“Ve aquí,
sigue por allí.”
Aunque no los mires
directamente.
Los guías,
creadores de ellos,
nos dicen con recelo
por donde caminas.
No interesa que pensemos
ni que rompamos la normalidad.
Los divergentes quieren que silenciemos
en un culto a la deformidad.
Todos quieren que seamos
títeres de la supuesta realidad,
romper lo no manipulado
de nuestra innatidad.
Lo quieren para así reformar
nuestra cabeza, nuestro pensar,
con tácticas de reflexionar
de maldad absueltas.
Ya me dirán
si se acuerdan de la perspectiva
de la propia infancia,
qué veíamos,
qué pensábamos,
qué sentíamos,
porque yo
no recuerdo nada
y sé que se guarda
en la profundidad.
Ahí, en la infancia
es donde se crea la estructura mental,
se crean barras de metal
para aislar la conciencia,
para que el pensamiento no sea dispar,
en el canon de culto
a una supuesta normalidad.