Un día soñé que yo era un caballero, con armadura y escudo, al estilo de los templarios, con un tabardo blanco con una cruz templaria roja en medio, y tenía que pelear en un coliseo contra seres muy fuertes, y cada vez que vencía a uno, entraba en la puerta donde habían salido mis enemigos, que era un ascensor, y subía un piso hacia arriba. Al final me encontré con un ser gigante, parecido a un ogro con armadura y un garrote de madera con clavos clavados en él. Lo vencí tras una ardua pelea, y entré en el ascensor. Esta vez el recorrido del ascensor era muy largo, estaba ascendiendo hacia el cielo. A medio camino me salió una redonda que rodeaba mi cabeza, como en el caso de los santos con la pintura, era dorada y translúcida. Entonces el ascensor paró y se abrió la puerta. Estaba en una sala de madera con muchas mesas y señores de todas las etnias inimaginables sentados en ellas. Me empezaron a aplaudir sin yo saber porque. Entonces vino un señor joven, de unos 30 años con bigote y pelo negro y me dijo que le acompañara. Le hice caso. Estábamos avanzando por la sala y yo, quien soy de naturaleza curiosa, me puse a mirar el entorno, cuadros, candelabros de oro, y me fijé en un detalle: en cada mesa había un sujetapapeles de tres colores, cobrizo, plateado y dorado. Llegué al final de la sala y había una puerta, mi guía la abrió. Eran nubes lo que se situaban mas allá de la puerta. Me dijo que avanzara, que ya no me podía acompañar pues el sendero que continuaba era cosa de mi y de mi destino. Avancé. Las nubes eran solidas y el sol estaba cayendo, se veía la estela de color naranja que hace el sol al irse. Estuve avanzando durante horas, hasta que el día se hizo noche. Caminando el sendero de las nubes al vi una luz, y avancé hacia allí sin pensarlo dos veces. Llegué y era una figura de un hombre la que irradiaba la luz, me puse a su lado y lo miré.
- Has cumplido tu cometido y por ello estas ahora aquí. - me dijo-.
- ¿Y qué es éste lugar?
- Es el cielo
- Entonces he sido bueno y me lo merezco supongo.
- Obvio
Hubo un momento de silencio.
- ¿Y ahora qué? Quiero poder continuar con mi trabajo, ser bueno.
- Tranquilo que tienes tiempo, aún no estás muerto.
Entonces las nubes que eran solidas desaparecieron y empecé a caer al vacío. Grité, pero de mucho no sirvió. Me iba acercando a la tierra. Iba muy rápido cayendo. Divisé que estaba cayendo hacia un pueblo, me fijé y era muy pueblo. Estaba cayendo rápido, notaba el viento en mi cara y en mi cuerpo. Estaba cayendo en mi casa. Llegué y atravesé el techo y caí en mi cama. Entonces me desperté, eran las doce del mediodía.
Ese día y los que lo siguen seguí haciendo mi rutina de fumar porros y jugar al ordenador. Empecé a estudiar alquimia y simbología, quería saber el principio y el final de las cosas, los porqués que nos conciernen a todos y me obsesioné en ello. Estudié Kabbalah y el significado de los números.
Un día fui con mi familia a Montesabio, un pueblo que quedaba a una hora de mi pueblo natal. Íbamos a unas piscinas que tenían en forma de decoración de setas de piedra en ellas. Llegamos. La piscina estaba llena de gente, de todas las etnias imaginables. Entonces en conversación con el novio de mi tía le dije que ''Los tatuajes me hablaban'' haciendo referencia a que cada uno tiene su simbología, y yo podía descifrarla. Me miró con una cara de ''¿Qué me está diciendo?'' extrañado. Entonces me dispuse a ir al baño de la piscina, dentro del edificio, donde había un bar-restaurante. Entonces, al entrar, vi que había muchas mesas, y en cada mesa un sujetapapeles de los colores que había soñado: cobrizo, plateado y dorado, y allí empezó mi paranoia. Al ver que mi sueño se había hecho realidad me entró mucha ansiedad, al punto de temblar.
Las horas se me hicieron largas, y al llegar el mediodía fuimos a comer al restaurante de los primos de mi abuela. Era un lugar rústico, alejado de la villa, en la parte alta de la montaña.
Nos sirvieron la comida en bandejas de plata, y yo comí mucho. Había dos mesas mas, y había unas vistas del paisaje preciosas. Me acuerdo que la chica que nos sirvió se llamaba Estrella. Comimos y me puse a ver el entorno del restaurante: había una botella de vino inmensa con miel en tarros de todas las plantas que se me podían antojar. Terminamos de comer todos y nos fuimos.
Llevaba una paranoia encima, yo me creía que era el elegido de Dios para traer el bien al mundo en base a mis actos y mi escritura. Tenía que trabajar para el bien para crear un futuro mejor para todos.
Bajamos del lugar del restaurante y estaba el pueblo repleto de extranjeros que nos miraban, mi ansiedad crecía.
Paramos en la lejanía del pueblo a coger moras, que para entonces estaban maduras. Estuvimos una media hora cogiéndolas y comiéndonoslas. Después nos fuimos dirección hacia nuestras casas.
Cené y me dispuse a quedar con mis amigos. Bajando hacia el parque donde quedábamos vi un señor trayendo una botella igual que la que vi en el restaurante donde había estado esa misma tarde, debía de pesar mucho. Bajando, a la altura de la plaza, me encontré un billete de diez daimones. Estaba feliz, ese era el día de mi revelación, de la creación de mi propósito.
Llegué al lugar y saludé a mis amigos. Estaba allí Narciso y Simón junto con su novia. Les dije que hoy había sido el día de mi revelación, el día en que el hijo de Dios había sido revelado. Me miraron extrañados pero no le prestaron mucha importancia. Le dije a la novia de mi amigo que ella con el tiempo se volvería una deva, una diosa en hindú, que su carácter y figura serían recordados para siempre, pues yo y mis copartícipes lo haríamos mediante los gustos de cada uno transmitidos de generación en generación. Tampoco le prestaron mucha atención.
Más tarde me fui a mi casa caminando. Sabía que ese era mi día, que me estarían observando los que esperaban el nuevo amanecer de la Gran Obra.
Llegué a mi casa y me fui directo a mi cuarto. Allí, yo estando muy tenso me puse a ver la televisión mientras escribía en mi lenguaje inventado en una libreta.
''Todas las almas serán salvadas de morir en el olvido si practican la obra del bien. El bien es adaptación. Todos tenemos que unirnos y formar un mismo propósito, avanzar hacia el infinito juntos. Siendo útiles seremos recordados por nuestros actos y palabras. La ría de las almas que se quejan tiene que ser puesta en juicio. Hay que extraer lo que vale la pena de lo que es realmente vano, y así podremos avanzar hacia la curación y realización de lo que tiene su puro sentido.''
Ésto estaba escrito en un lenguaje indescifrable hecho con símbolos.
Entonces, estaba viendo yo la televisión y de golpe hicieron un programa que era llamado ''The red room'' donde me hablaba la televisión directamente a mí. Yo, intentándome salvar de ello la intenté parar, pero se me encendió de nuevo. Para liberarme decía en voz alta ''Bayar Gnumayar, in jour braisos entaira'', que traducido significaría ''Dios de las bayas que se repiten haciendo gnu (el ruido que se hace al tragar o llorar), en tus brazos me salvo''. Y repetí esta oración continuadamente durante mucho rato, hasta que me dormí ignorando la televisión.
El día siguiente, yo me hallaba muy débil a pesar de haber descansado. Era un domingo de verano, y yo estaba sobrellevado por la carga de mi propósito, al punto que quería evadirme, suicidarme. Me fui al cuarto de mi hermana que tenía un gran ventanal y me subí a las vallas que no te dejaban caer, quería morir. Estaba allí arriba, mirando desde la altura donde caería, pero entonces mi hermana entró en la habitación. Se quedó sorprendida y aterrada cuando me vio allí arriba sentado. Me preguntó que qué tenía en mente, y yo, siendo sincero, le dije que el suicidio. Ella me intentó convencer para que no lo hiciera, y yo, quien no me atrevía al fin y al cabo, bajé de allí y me fui a mi habitación a llorar.
Mi hermana se ve que narró los acontecimientos a mis padres, y estos me fueron a buscar y me llevaron al médico. Allí les dijeron que me enviaran al hospital de locos para internarme allí, y así fue. Me llevaron sin decirme nada allí y me dejaron. Tal cual llegué me hicieron unas preguntas y yo les respondí con mi oración ''Bayar gnumayar, in jour braisos entaira'' repetidamente y me sedaron.
Estuve un día sedado, y el día siguiente estaba yo en una sala y me vino la doctora y me trajo la cena: una tortilla pocha de un color un tanto extraño y judías verdes con patatas. No me apetecía mucho, pero era lo que había. Me dijo que mañana iría con los demás pacientes y me dio la medicina que me tocaba para entonces, un tranquilizante. Dormí plácidamente en ese sillín que se podía tumbar.