Iba a terapia con mi psicóloga Runia, y estábamos muy unidos. Ella sabía que yo era un chico especial, que tenía ciertos requerimientos y ciertas características que me hacían ser un chico listo y complejo. No era como los demás, yo no me fijaba en vanalidades, a mi me gustaban los temas con cierta profundidad, en los cuales tu pudieras sacar algo de cultura y reflexión de ellos. Me gustaban los juegos de pensar, estudiar las probabilidades y aprender patrones. Esto se notaba cuando mientras me hacía terapia jugábamos a las cartas, al juego de la brisca. Se me daba realmente bien, siempre la ganaba.
Un día llegó una noticia trágica, mi psicóloga había muerto por un ictus mientras iba en caballo, yo, quien tenía un estrecho vínculo con ella me eché a llorar. No me gustaba llorar, pero sabía que ya no podría compartir mas momentos con ella, y eso me entristecía. Mi familia también estaba triste, también guardaba un estrecho vínculo con ella. Me preguntaron que si querría ir a su funeral, a lo que yo, al son de unas lágrimas de tristeza, dije que sí sin dudarlo un momento, quería verla por última vez, despedirme de ella, y así fue.
El día siguiente, el día de su funeral quedamos con unas amigas de mi madre para ir al funeral, junto con mi madre. En el coche la conversación era alegre, pero era exclusivamente para desconectar de la realidad, esa triste y soez realidad.
Llegamos al lugar, estaba reunida toda su familia, junto con sus amigos mas próximos, debíamos de ser unas cincuenta personas. Entré en el edificio y pregunté donde estaba mi querida psicóloga Runia y me lo indicaron. Era muy fácil de prever donde estaba situada por la gente que había, pero me quería asegurar.
Llegué a la pequeña sala, estaba llena de gente desconocida. Fui a buscar a la madre de Runia, que la conocía porque era la secretaria en el lugar donde iba a terapia. La vi y sin preguntarle nada le dí un abrazo, ella estaba llorando a lágrima tendida, y yo, también entristecido, quería darle mi apoyo moral y consolarla. Me lo agradeció. Entonces, vi una pequeña puerta que llevaba a una pequeña sala y entré. Habían dos o tres personas observando a Runia, quien estaba estirada en un ataúd con una bella túnica blanca, estaba preciosa en ese sueño tan profundo. Eché a llorar, sabía que no se levantaría y podríamos retomar ninguna conversación. Estuve cinco minutos viéndola sin apenas parpadear, quería inmortalizarla en mi memoria. Después salí de aquella habitación que tanta nostalgia me provocaba y fui al exterior, fuera del edificio y me senté en un banco, me quería concienciar de lo que me había aportado y que no la vería nunca mas.
Entonces, hallándome yo sentado, vino una chica que había cuidado mi madre con la cual teníamos cierta confianza y se sentó a mi lado. Me consoló y yo se lo agradecí.
Al rato nos fuimos hacia nuestra casa, no vería a Runia nunca mas, pero su recuerdo permanecería vivo en mi pensar para siempre.
Esto agravó mi depresión, que, combinada con mi poca autoestima debido al bullying fue el detonante de que necesitara evadirme, y de hecho, busqué un método para hacerlo, quería desconectar de la realidad.
Un día, estando yo con mis amigos, probé la marihuana, un par de caladas y vi que me hacía. Flotaba, me hacía evitar pensamientos de pena, me daba felicidad y me hacía pensar en la profundidad de los actos cotidianos. Con el tiempo esas dos caladas fueron en aumento, medio porro, un porro entero, hasta hacerme unos cinco canutos al día. La sensación de fumar me hacía feliz, me evadía de los pensamientos reales y me fijaba en cosas del presente, evitando pensar para un futuro.
Esto me afectó, cogí la rutina de exhalar humo, tanto porros como tabaco, y de evadirme y mi rendimiento escolar empezó a disminuir. Empecé con suspender cinco materias, hasta siete materias, así que tuve que repetir curso en segundo de ''Conceptos complejos''. Evadía mis responsabilidades, fumando era feliz y no me importaba nada más.
Con el tiempo de llevar rutina de fumar marihuana empecé a delirar, escuchaba que la gente hablaba de mí, conspiraba contra mí, me seguía ... a lo que esa tranquilidad que me generaban los porros se volvió ansiedad. No podía estar en sitios con mucha gente, así que pasaba mucho rato en el ordenador, evadiéndome aún más de mi realidad.